Edi Zunino

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Los verdaderos demonios de Doña Cristina

A pesar de todo, Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo la figura política más relevante del país. Lo es por acción y por omisión, porque hasta cuando desaparece del escenario sus propios enemigos la hacen brillar por su ausencia.

Pero si algo tiene CFK en el pequeño micromundo de la grey política nacional es autoridad y autonomía. Elige cuándo habla. Maneja los tiempos como una diva mediática. Lo hace en discursos o editando su Facebook como si fuera su boletín oficial personal. O sea, sin intermediarios.

Y lo hace sólo cuando tiene algo para ganar o un daño que evitar, pero sabiendo que siempre sus dichos tienen garantía de suceso político. Por Facebook ungió a Alberto Fernández. Por Facebook acaba de terminar de ponerlo entre la espada y la pared.

Tenía que hablar. El horno social no está para exagerar las rasputiniadas. No por casualidad lanzó su carta abierta después de no una sino tres filtraciones del Whatsapp de la súper ultrakirchnerista Fernanda Vallejos, defenestrando al Presidente de la Nación. Hasta que se escuchó a Vallejos diciendo que “este gobierno ya fue”, la mayor aproximación a ese clima la había logrado el colega Roberto García, con su columna titulada “Y Cristina le dijo: tu ciclo está terminado” (a Alberto F, claro).

Para la expresidenta, pero sobre todo para sus fanáticos, Alberto sigue siendo a lo sumo un lugarteniente. Cuando lo dicen los opositores, se los considera desestabilizadores. Ayer, Vallejos primero y La Jefa después coparon el Club del Títere.

Que CFK tenga incuestionables condiciones de liderazgo no significa que siempre tenga razón. Su aguda capacidad de análisis suele verse distorsionada por el ensimismamiento y la autor referencialidad. Es común que entre los líderes y las cosas se interponga el velo de la subjetividad. Salvarse de la derrota del domingo (que se la exagera de un modo casi demencial) cargando a tal punto las tintas en el Presidente y su círculo íntimo pone a las elecciones de veras en noviembre casi como un final anunciado sólo evitable mediante un milagro. Si después de unas PASO no hay salida sin cambios en el gabinete, ¿Qué va a pedir CFK si se pierde en las generales?

Lo que oficializó Cristina es la clásica teoría del “yo no fui”. Los líderes suelen padecer el trastorno obsesivo compulsivo de que nunca pierden. Decirle a Alberto que lo puso ahí para que cumpla la voluntad del pueblo es volver a condenarlo al lugar del fusible, como cuando dejó la Jefatura de Gabinete tras la guerra con el campo de 2008.

Entonces, la instalación de un enemigo visible que según el relato oficial pretendía destituirla, le permitió mantener la centralidad y, aun así y con Néstor vivo, perdió sus primeras parlamentarias de medio término en la provincia de Buenos Aires. Ahora, como no hay rebeliones y culpar a los votantes de las PASO la igualaría demasiado al Mauricio Macri post primarias de 2019, no se le ocurre otra cosa que debilitar a la principal figura institucional del país.

El Frente de Todos acaba de dar un enorme paso hacia atrás. Cada cual se repliega hacia donde estaba antes de formar la coalición, para barajar y dar de nuevo ya se verá de qué manera:
- Sin albertismo a la vista, el Presidente busca apoyos en los mandatarios provinciales, los caudillos municipales, la CGT y una parte de los movimientos sociales, es decir, ese peronismo que no hubiera votado por Cristina si ella no lo proponía como candidato.

- Ante un “inquilino de la Casa Rosada” tan devaluado, el kirchnerismo vuelve a pensarse como un grupo de presión dentro del peronismo que debe prepararse para sobrevivir a una eventual implosión del Gobierno.

- La cuota de misterio, por ahora, la aporta Sergio Massa. Sólo se remitió a ordenar que sus funcionarios leales no hicieran olas y a ciertos conciliábulos personales con Máximo Kirchner para recuperar algún equilibrio.

Con los números del domingo, Cristina debería pensar en un Senado donde no tendría la voz cantante. Es decir, en un fracaso demasiado temprano del que jamás estaría dispuesta a hacerse cargo. Los verdaderos demonios de Doña Cristina son los de la jubilación.

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